TUENTI

Queen of Darkness

ALIADOS EN LA OSCURIDAD

jueves, 25 de febrero de 2010

Capítulo 30

*AARÓN*
Llevaba todo el día metido en el autobús, buscando desesperadamente a Natalia.
Había recorrido gran parte de Madrid, sin obtener resultados. Cada poco tiempo intentaba hablar con ella, pero su móvil seguía apagado.
Todos los autobuses terminaban su recorrido en la parada de enfrente de nuestro parque, por lo que, tras bajarme de uno y mientras esperaba al siguiente que me llevase a otro lugar, miraba dentro, con la esperanza de encontrarla allí.
“Natalia… ¿dónde estás? Te extraño más que nunca. Necesito verte…”

*NATALIA*
- Hola. –saludé de mala gana cuando le vi entrar.
- Te veo bien… Ya eres toda una mujer…
- Sí, claro… ¿Por qué has venido?
- ¿No te alegras de verme?
Aún recordaba todo lo que había llorado por culpa de aquel hombre. Mis intentos de olvidarlo habían sido en vano, y todo empeoraba con su regreso.
La llamada de mi padre había sido lo peor de los últimos cuatro años.
Me había llamado para decirme que iba a ir a Sevilla a visitarme, aunque no parecía una visita de cortesía. Supuse que pensaba que seguía viviendo allí, y no quise contradecirle contándole que me había marchado, no me apetecía que cualquier día se le ocurriera ir a Madrid a verme…
Me encontraba ante la persona a la que más odiaba en el mundo, de vuelta en la casa que años atrás me parecía una mansión de lo vacía que la veía, de lo sola que estaba.
- ¿Por qué has venido? –repetí.
- Para hablar un rato con mi hija. ¿Tan raro te parece?
- Teniendo en cuenta que nunca hemos hablado… Pues sí, un poco raro sí que es.
- He venido para saber qué has hecho estos cuatro años, si me obedeciste o no. –confesó al fin.
Sabía que no se preocupaba por mi salud o por mis estudios, sólo por conservar su reputación de buen padre ante mi madre, o eso pensaba él, ya que ignoraba que mi madre estaba al corriente de todo.
- Sí, obedecí. –gruñí –Seguí yendo a Madrid y continué con la rutina.
- He de confesarte algo… Pensé que no me contestarías la llamada, pero no porque estuvieses enfadada conmigo, sino porque pensé que ahora mismo ya estarías muerta. ¿De qué te alimentabas?
- Aunque te suene extraño, hay gente buena por el mundo que ayuda a los demás. Me cuidó la vecina, hasta que murió… -no pude evitar mostrarme triste.
- ¿QUÉ? ¿Se lo contaste a la vecina? –su voz pareció un rugido, y se puso rojo de rabia.
- No, no se lo conté. Por lo visto se dio cuenta ella sola de que no te habías ido de viaje de trabajo cuando vio que no volvías… Era bastante evidente, la verdad… -dije, aparentando cala, pero empezaba a asustarme.

Miró su reloj y mis ojos se deslizaron hacia el que reposaba encima del televisor antes de volver a su rostro. Las tres y cuarto.
Por la ventana asomaban los rayos de un sol que anhelaba, me volvía a sentir encerrada en aquel lugar. Ansiaba marcharme pronto de allí, pero con mi padre cerca no podía hacerlo.
Entonces sentí que esos rayos se tornaban verdes, aunque seguían siendo de un amarillo intenso, pero los sentí verdes, verde esperanza, cuando volvió a mirar el reloj y empezó a ponerse nervioso. ¿Se marcharía ya?

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