TUENTI

Queen of Darkness

ALIADOS EN LA OSCURIDAD

domingo, 14 de noviembre de 2010

Capítulo 53

*ANABEL*

Hacía un par de días que había recibido una llamada de mi madre, pidiéndome que fuera a Barcelona. Me había extrañado esa petición, pero había aceptado. Ella aseguraba que me llevaría una sorpresa, pero lo que no sabía era si sería agradable o no.

Cuando volví a mi piso, después de visitar a Natalia, metí algo de ropa en una pequeña maleta, ya que no sabía cuánto tiempo tendría que quedarme. Cogí mi coche y puse rumbo al noreste. Probablemente nadie me echaría de menos, pues en el supermercado me habían despedido y del restaurante me había marchado yo.

En el camino hice varias paradas para descansar, tomar el aire y comer algo. Era de noche cuando alcancé mi destino: mi casa. Nada más entrar me tumbé en mi antigua cama, sin ni siquiera cambiarme de ropa.

A la mañana siguiente contemplé con atención la habitación y descubrí que no había cambiado nada en el tiempo que había estado en Madrid, todo seguía como lo recordaba y parecía que había sido limpiada para mi regreso. Aquel gesto por parte de mi madre hizo que volviera a sentirme en casa.

Salí del cuarto y encontré en el salón, frente a la televisión, a Juan, quien me miró y me saludó con una cabezada justo antes de volver a centrarse en el aparato.

Busqué a mi madre pero no estaba en casa.


*MARCOS*

Después de mi paseo por la ciudad, había llegado a casa y me había encerrado en mi dormitorio.

Ya era por la mañana cuando volví a salir, arrastrando conmigo varias horas de insomnio. Ni siquiera me molesté en saludar a mis amigos, sino que salí directamente, movido por la fuerza de mi necesidad de hablar con Natalia.

Nada más llamar me abrió ella misma. Parecía que me esperaba, y seguramente fuera así. Pasamos a su habitación y se sentó en una silla que había junto al escritorio en el que solía leer. Yo, sin embargo, me quedé de pie.

- Sabía que vendrías…
- Pero no querías que lo hiciera, ¿verdad?
- Al contrario, cuanto antes mejor, ¿no?
- Supongo que eso quiere decir que sabes lo que me han dicho.
- No lo sabía exactamente, -reconoció –pero suponía que Verónica no se iba a callar. Se lo contó a Lydia, ¿no?
- Sí, y ella no tardó nada en buscarme…

Me callé y la miré. Ella no había levantado la vista de la alfombra y hablaba cada vez más bajo. Se la veía muy frágil y mi enfado se estaba suavizando, pero me di cuenta de que probablemente era eso lo que pretendía, dar lástima.

- Fui a visitar a Aarón ayer, nada más enterarme.

Levantó rápidamente la mirada con sorpresa. Estaba claro que temía por lo que le pudiera haber pasado.

- ¿Tan malo crees que soy? Tu mirada lo ha dicho todo…
- No creo que fueras a contarle un chiste.
- No, y tampoco vengo a contarte ninguno a ti.
- Marcos…
- No, déjame hablar a mí. –respiré hondo –Te quiero, ¿sabes? Me di cuenta tarde, pero es así. Creí que había conseguido que Aarón formase parte de tu pasado, pensé que estábamos suficientemente bien como para que no pensases en él… Y más sabiendo las veces que te ha gritado y te ha fallado en los pocos meses que han pasado. No me esperaba esto.
- Lo siento. Lo he intentado, pero son muchos años de conocer a Aarón y pasar el máximo tiempo posible con él, no puedo olvidar aquellos momentos tan fácilmente. Fui sincera contigo desde el principio.
- Ya lo sé. Sé lo que sentíais y que aún lo recordáis y lo sentís… Pero creí que antes de engañarme me dejarías para irte con él.
- Fue de repente, todo ocurrió muy rápido…
- ¿Y por qué no me dijiste nada cuando vine a verte? Te liaste también conmigo en vez de decírmelo, y además me contaste una mentira tras otra.
- Ya lo sé, pero…
- Natalia, ¿me quieres?

Me miró con ojos llorosos y asintió.

- Pero también le quieres a él… -volvió a asentir.
- Lo siento. –susurró.
- Más lo siento yo. Era imposible que esto funcionase. Te deseo lo mejor, Natalia, pero no quiero volver a saber nada ni de ti ni de Aarón nunca más, podríamos acabar muy mal. Es mejor así.

Sus ojos estaban tan llenos de lágrimas que éstas comenzaron a caer por su rostro, perdiéndose en su boca y su cuello.

Me giré y salí de la habitación sin mirar ni una sola vez atrás. Caminé hacia la puerta de salida sin detenerme, ya que, si lo hacía, seguramente me arrepentiría de mis últimas palabras hacia Natalia.

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