TUENTI

Queen of Darkness

ALIADOS EN LA OSCURIDAD

jueves, 29 de abril de 2010

CAPÍTULO 40

*NATALIA*
Pasamos las Navidades entre amigos, risas, regalos, música y fiesta, sobre todo fiesta. Nos habíamos vuelto inseparables, formábamos un grupo que, aunque unos años atrás nadie lo hubiera creído posible, se entendía bien. Mi relación con Marcos había unido los dos extremos, a sus amigos y a mis amigas.

Jonathan y Eduardo, sobre todo el primero, me pidieron disculpas por su comportamiento conmigo y decidimos empezar de nuevo. Jamás hubiera pensado que aquellos chicos con los que nunca me había llevado bien llegarían a formar parte de mi vida, pero así era, estaban en mi nueva vida, una vida tranquila en la que me encontraba rodeada de un gran número de personas y era feliz por primera vez en años. Me di cuenta de que hasta ese momento había creído conocer a esas personas, pero no era así.

Siempre había sido muy observadora, quizá demasiado, algo que me sirvió para descubrir a mis nuevos amigos. Nunca se lo había dicho ni a Ana ni a Sara, pero Jonathan me había dado miedo en alguna ocasión, aunque sabía que todo era una dura fachada que invitaba a alejarse e impedía llegar hasta el interior. Aquel chico de duras facciones, pendientes en las orejas y adornado, al igual que Marcos, con tatuajes que siempre me había taladrado con sus ojos negros y se había mostrado ante mí con mal carácter, era en realidad algo juguetón. Me contaron que en el colegio y en el instituto había sido el terror de todos los profesores, por sus bromas, sus frecuentes interrupciones en las clases y su falta de memoria en cuanto a material escolar y trabajos.
Eduardo, por su parte, no me sorprendió en gran cantidad. Siempre me había parecido un chico educado, aunque nunca había tenido ocasión de demostrármelo hasta ese momento, amable e inteligente. Bajo su pelo rizado había un cerebro privilegiado y, un poco más abajo, una permanente sonrisa que alegraba a cualquiera. De él descubrí que, aunque parecía un chico tímido y tranquilo, era el mejor del grupo contando chistes y organizando fiestas.

Aquellos días no me preocupé de nada ni de nadie. No pensé en Aarón, ni en mi madre, aunque sí eché de menos a Adela. Nunca habíamos pasado juntas las Navidades, pero siempre me acordaba de ella. En algunos momentos me entristecía rescatando recuerdos de mi memoria, pero siempre había alguien que hacía que mi sonrisa saliese al exterior.
Aquel año terminó bien, en pocos días me sentí mejor que en los dos años anteriores.

El comienzo del año tampoco estuvo mal. Lo único que impidió mi total felicidad fue la presencia de Anabel, sus amigas y Aarón, sobre todo por él. Marcos y él habían arreglado sus problemas y volvían a ser amigos, por eso había aumentado la lista de invitados a nuestras fiestas. La única que no apareció, tal vez se lo habrían prohibido, fue Lydia.
Aarón no dejaba de mirarme, pero eso no parecía importarle demasiado a Anabel, quien estaba demasiado ocupada con otro chico.
Realmente el comienzo del año fue bastante extraño. Todo lo que creía como seguro, como la relación entre Anabel y Aarón o las ganas de éste de culparme de su desgracia de los últimos años, se desmoronaba ante mis ojos. Nada estaba claro para mí, únicamente mi amistad con Ana, Sara y los chicos.
Llevaba semanas sin ver a mi hermana, pero no me apetecía volver a aquella casa, y ella tampoco había intentado contactar conmigo.

Un día recordé mi conversación con Lydia, y me acordé de lo que había dicho cuando yo afirmé que sabía que era amiga de Anabel: “¿Sólo de Anabel? …” Desconocía qué había querido decir con eso, pues si tenía más amigas aparte de Anabel, Cristina y Ruth, yo no las conocía.

Pronto se acabaron las vacaciones y todos tenían que volver a trabajar, todos menos Aarón y yo…
La noche antes del primer día de trabajo de todos ellos, mientras Ana y Sara dormían, yo me levanté a observar la oscuridad desde mi ventana. Las pequeñas estrellas luchaban por hacerse notar sobre la intensa luz de las farolas, y la luna parecía observarme desde las alturas…

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